sábado, 8 de octubre de 2022

Recibiendo un regalo

 Tenía a mi perra cocker spaniel inglés negra fuego que, como se sabe de esta raza, es amante del agua, le gusta nadar, cazar, trotar todo el tiempo y olfatearlo todo barriendo el piso con las orejas.

Era alimentada con alimento balanceado, lo que la tenía muy bien, lustrosa, ágil, hermosa. Un día se me ocurrió traerle, a modo de novedad, un buen trozo de carne de vaca de la carnicería, para que saboreara a placer.

A la tarde, luego de levantarme de la siesta, abrí la puerta para salir al patio y me quedé clavada en el lugar, mirando el piso.

Perfectamente alineadas frente a mí, una al lado de la otra, había cuatro ratas muertas de dudosa antigüedad, llenas de tierra. Evidentemente, Venus (mi perra) las tenía enterradas, almacenadas en el gran cantero de plantas del patio, y quiso devolverme la atención obsequiándome su más preciado tesoro: el producto de sus cacerías.

No me asustan las ratas, ni me impresionan, ni siquiera me dan asco. No obstante, tener esas cuatro cosas tiempo ha cadavéricas, rebozadas en tierra húmeda, fue un espectáculo medio extraño. Obviamente, las levanté con cuidado con guantes y con palabras cálidas ante una perra que me observaba orgullosa, con los ojos brillantes por su preciado regalo.

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