domingo, 11 de septiembre de 2022

Las despedidas

 Todas las despedidas de mis animales queridos fueron difíciles, muy difíciles, desgarradoras. Quien tiene mascotas que forman de verdad parte de la familia, sabe a lo que me refiero.

La diferencia con Diana se debió a que, además de ser nuestra gata, era la gata, era una institución, y si bien era de todos nosotros, tenía una estrecha relación con mi hijo, quien la entrenó para ayudarle a crear un carácter especial, de aquellos que hacen que una gata pueda perseguir a un perro grande de la calle, despavorido y aullando. Ah, sí, así de brava era Diana.

Blanca e inmaculada como la espuma, la amamos como lo que era: toda una presencia, una personalidad propia. Vivió desde su mes de vida hasta sus 16 años con nosotros, creando millones de anécdotas inolvidables. Contrajo, un par de meses antes de su partida, un asma felina que hizo que yo la llevara seguido al veterinario para que le quitara medio litro de líquido de sus pulmones, cada vez.

Comenzó a adelgazar mucho, ya que no podía comer, se ahogaba al no respirar bien. Me levantaba a cada hora durante muchas noches, obsesionada con la idea de darle, en su boca, una pequeña albóndiga de carne, llegaba a comer una sola, raras veces dos, y las albóndigas se hacían cada vez más pequeñas. Vivía mortificada pensando en mi hijo, en ese momento allá lejos, en Madrid, sabiendo que sería duro para él también.

Al volver a llevarla al veterinario, me largué a llorar. No podía verla sufrir así. El médico, con una suave sonrisa y resignación, aceptó mi ruego de ponerla a dormir. Diana se fue con mucha placidez, con una de mis manos en su hocico para que me oliera todo el tiempo y la otra mano acariciando su suave pelo. Hoy está en mi jardín, en donde le gustaba echarse siempre, junto al jazmín del cabo, tan blanco como ella.

Cuando le dije a mi hijo que Diana había fallecido, comenzó a salirle cabellos blancos sobre su melena renegrida y ensortijada, todas agrupadas a un lado de su frente. Nunca quiso teñirse ni disimular ese mechón. En su ilusión le gusta creer que Diana, al irse, pasó a despedirse y lo rozó con la cola, dejándosela ahi.

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