sábado, 3 de septiembre de 2022

Aprender a comer despacio

 Lo más difícil fue enseñarle a mi perra a comer despacio.

Cuando trajimos al perro a casa, tenía 45 días de edad. Fue fácil enseñarle a comer solamente cuando se le da permiso para hacerlo. No me gusta que cuando llega la hora de la comida los perros me salten o se pongan locos, por lo que esperan en calma sentados, hasta que les digo que coman, y entonces así, disfrutan su alimento tranquilamente.

La perra, en cambio, llegó a mi casa cuando ya tenía cuatro meses. Ya traía un imprinting acentuado por la vida que había llevado de su convivencia con sus hermanitos en su casa natal, era lógico que había que ser apurados para no quedarse sin comida.

Aprendió bien rápido (bondades de la raza) pese a su edad más avanzada que la del perro en su momento, a esperar sentada para comer cuando se le daba la orden. El problema era cuando comía, mientras mi perro era tranquilo por naturaleza para comer, hasta parsimonioso, ella devoraba todo de golpe, en menos de un minuto, lo que además podría ser peligroso para su estómago.

Por lo tanto, le compré un plato muy similar a éste, que usó hasta que se deshizo, así de mucho tardó en aprender a comer despacio.

El otro tema era darle un bocadillo con la mano. Por pequeño que fuese el pedacito de galletita, por ejemplo, el perro lo tomaba con una delicadeza conmovedora, apenas con los labios. Con la perra, en cambio, había que tener cuidado porque clavaba los dientes, desesperada por arrebatarnos el bocado antes que nadie.

Un día me golpeó tan fuerte la mano que fue la ocasión justa para enojarme y que lo entendiera, mi grito fue muy claro. Como siempre, hay que tener en cuenta que los perros quieren entender, quieren obedecer, les encanta complacer al amo, si no lo hacen no es porque no quieren, sino porque no han entendido. Y sólo van a entender si se les enseña en el momento justo, nunca un minuto antes ni uno después. La perra se dio cuenta sola del dolor que me había causado y lo entendió en el acto.

Hoy en día, si les digo "vengan a la ventana", vienen corriendo contentos, esperan tranquilos a que les dé el bocado a uno y después al otro, y ambos toman lo ofrecido con delicadeza, para saborearlo en paz, con la confianza de que siempre se les dará a cada uno por igual.

Según fue emparejándose la altura.

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